Hay un camino que me vengo conociendo de memoria desde hace tiempo, la última vez creímos que de solo acercarnos nos quebrarían piernas y brazos. Entramos a las galerías de los trenes quemados, no salió ninguna fotografía, pero quedamos con las manos manchadas de cal.
Esta ciudad se porfía, yo me estoy yendo desde hace años, como cuando caminaba por av. argentina y me quedaba mirando todos los soldados de plástico para corresponderte en distancia.
Ahora se nos ocurrió hacer lecturas de poesías en el único tren en el mundo en donde las muñecas se cocinan, y en donde es mejor entrar cuando no hay nadie, cuando el dueño no está cantando, y sentarnos en el techo a mirar por última vez el baile monótono de los bañistas.