CERO O LA TRANSPARENCIA DE LAS TERMITAS .



Un pre- texto por Juan Malebrán CCBA. octubre 2009.







Acostumbrado a leer a diario presentaciones que no hacen más que adular excesivamente a los presentados, se me hace difícil no caer en los mismos vicios a la hora de ser yo esta vez quien presenta, porque por más que lo intente frente a este primer trabajo de Priscila, pretender zafarme de estos excesos sería un asunto del mismo modo ridículo, como infructuoso.

Y es que termitas, en su intensa brevedad, no es otra cosa que una incitación a lo terrible, que del mismo modo que los insectos a los que hace alusión, propone un desplazamiento a contra luz, propio de quienes se saben parte de un festejo que en nada se asemeja a una celebración, al que nadie asiste porque nunca nadie fue invitado, la zancadilla que se hace el propio anfitrión, en el momento justo de poner la mesa, avergonzado por su necesidad de “confiterio”.

Priscila pareciera disfrutar de entregarse con los ojos bien abiertos a un tedio que finalmente nunca termina por aburrirla, que se niega y valida por completo en una especie de hiperconciencia de lo no resuelto. Considero, entonces, que no sería para nada inoportuno preguntarse sobre las razones que la hicieron decidir publicar este libro, entendiendo en ella una actitud de descreimiento mayor, graficada claramente en cada uno de sus textos, ante esto, me gusta la idea de que no le quedó otra y no porque cargue alguna condena ni mucho menos, sino por lo inevitable y necesario.

“Termitas” al igual que Priscila es poseedor de un carácter silencioso, pero corrosivo, una condición que de manera inevitable remite a una estructura sólida, pero en derrumbe, una dislocación, al modo de una fractura apenas perceptible e irreparable que deviene en una cojera que se las arregla para no hacer ruido en medio del bullicio de un salón repleto de paralíticos, un ojo, no un ojo, una mirada que se sabe imposibilitada de registrar lo que está convencida que ve.

De ahí que reconozca en este poemario una actitud disidente ante la presuntuosidad de muchas de las “nuevas voces” que abundan por montones en el panorama poético nacional, una variante necesaria, propia de quienes prefieren ir en contra, entendiendo en este punto, ya no el fototropismo negativo de las termitas, sino la de alguien que prefiere el retroceso porque sí, como si en este mero hecho pudiese llegar a encontrar algo.

“Termitas”, por último, presenta la novedad de un paisaje reconocible por todos: ciudades, personajes, cicatrices, ficciones que se nos escapan dejándonos la sensación de un recuerdo que jamás fue nuestro, por aquí la que paga es Priscila y el precio es esta casa de madera, que es ella misma, que hace mucho ha comenzado a ser devorada lentamente desde adentro.