EL TREN DE LA MEMORIA
















EL TREN DE LA MEMORIA.




Ya va a ser un año desde que conocí por dentro EL TREN MÁS LENTO DEL MUNDO, y es que al parecer la primavera es la época exacta.

Llegamos desde una reja abierta. Varios galpones y antiguas oficinas que parecen haber sido demolidas por una bomba o un incendio.

En el galpón central hay dos trenes ¿cómo se dice ruina cuando en verdad uno quiere decir otra cosa; algo parecido a la palabra fin?

Los trenes tienen para ellos ventanas en el cielo, ventanas a las que ninguna fotografía puede hacer mérito.

Ahí hasta los vagabundos tienen miedo de vivir.

El tren se encuentra un poco más lejos, caminando en medio una flores que crecen insistentes en todos los cerros y en los riele que sobreviven aún, anaranjadas: las flores de Valparaíso. Las flores de la casa de la abuela que vino a morir a esta ciudad, te acuerdas?

Y los veo caminar de la mano o no de la mano, pero juntos.

El tren se mira desde arriba, por primera vez está cerrado . Valparaíso se ve desde un punto azulado por el cielo y el mar, inquietud y soledad acertada arriba de un vagón , ahora sé: una particular certeza de no haberse equivocado, o mejor aún , de haberse equivocado en cada vuelta de la esquina.

Qué más? Que se cierran los ojos cuando pasa el otro tren, sintiendo ruido y el calor del metal que por años resiste al sol y la brisa.

Aquí nadie muere de frio, seguro, ese es el enunciado inicial. Una mentira, es cierto, pero capitalmente verdadera en este lugar, en donde la evidencia del fin es tal, que agudiza la angustia, pero también una inquietante sensación de valentía.