Cero
John Ashbery
Fealdad Bad painting + realismo sucio
«el arte es aquello que establece su propia regla» (Schiller)
«el arte es el estilo» (Max Dvořák)
«el arte es expresión de la sociedad» (John Ruskin)
«el arte es la libertad del genio» (Adolf Loos)
«el arte es la idea» (Marcel Duchamp)
«el arte es la novedad» (Jean Dubuffet)
«el arte es la acción, la vida» (Joseph Beuys)
«arte es todo aquello que los hombres llaman arte» (Dino Formaggio)
Acostumbrados a todo, cómo no íbamos a estarlo también a la idea de que el arte como condición primordial debe ser considerado “bello”, como si lo bello para nosotros efectivamente fuese algo más que la perfección simétrica que idealizamos o ese misterio inherente que otorgamos a todo lo inalcanzable: un atardecer mirado desde la ventana del micro o la flaca que nos vende lo que sea en la tele, a la que le atribuimos ser portadora de “ese no sé qué”, que nos altera psico y fisiológicamente.
Desde pequeños asumimos que la belleza es un valor agregado, un punto a favor con el que cuentan algunos al momento de enfrentarse al resto y de este modo continuamos su sobrevaloración, especialmente en el ámbito creativo, porque aunque los entendidos se esfuercen en recalcar que hace mucho hemos superado tales cuestionamientos, cualquiera que esté un poco más cerca de la cotidianidad que de la teoría, podrá siempre refutar tales planteamientos. Bastaría, tan solo, salir a la calle con la fotografía del retrato que P.P. Rubens (1577-640) hizo a su pequeño hijo y con otra de algún rostro de Guiseppe Archimboldo (1527-1592) para que la respuesta sobre cual puede ser considerada una obra "bella", sea categórica. Y es que, desde los griegos, esta idea nos ha estado sobrevolando y por más intentos que hayamos hecho a lo largo de estos miles de años -vanguardias incluidas- no hemos logrado erradicarla del todo de nuestro constructo “estético” colectivo, por lo que continuamos validándola como una de las condiciones primigenias que debe poseer una obra artística para ser considerada como tal.
Sin embargo, también es cierto que, conscientes de lo que esto significa, es posible rastrear a unos cuantos individuos que instalándose del lado opuesto de esta vereda, han logrado darle un giro al monopolio de la lindura para enseñarnos su lado anverso, tanto en términos compositivos como discursivos, transformándose en los espejeadores de nuestra intrínseca “fealdad”.
No deja de resultar interesante, por ejemplo, descubrir la extraña atracción que Leonardo da Vinci (1452-1519) sentía por los rostros poseedores de proporciones que escapaban a los cánones propios de la belleza. Porque sabemos mucho más sobre su relación con la cuadratura del Vitruvio que sobre “el hobby” que lo llevaba a seguir gente fea por la calle, y mucho menos sobre la historia que cuenta el haber llegado hasta la sala de un hospital para dibujar la cara de un hombre poco agraciado que le resultaba de interés. Algo bastante similar ocurre con Alberto Durero (1471- 1528) y su famosísimo estudio a partir de los cuatro perfiles caricaturizados o "la fealdad" trabajada en el retrato de su madre. Lo mismo con uno de sus más aventajados alumnos, el alemán Hans Bandung Grien (1484-1545) quien más que por la hermosura comúnmente entendida, decidió inclinarse por la horrorosidad, la vejez y lo grotesco.
No está de más recordar que precisamente fue en el renacimiento que la sublimación de la belleza clásica regresó para alcanzar un esplendor opacado durante los largos años de “oscurantismo medieval” (del siglo V al XV) en el que jugó un rol importantísimo el último pensador antiguo y primer medievalista Aurelius Augustinus (354-430), más conocido como “San Agustín”, para quien el arte se dividiría en aspecto formal y funcional y la belleza comenzaría a significar algo más que el orden, unidad, armonía y forma corporal, para aproximarse al terreno espiritual y por ende a otro constructo irresuelto y sobrevalorado: el archiconocido dios de los evangelios.
La subjetividad del tema, está claro, obedece a los tiempos en los que se haya pretendido categorizar "lo bello" y "lo feo" y, como tantas veces se ha repetido, a la cultura en la que se quiera analizar, sin embargo no debería reducirse sólo a la composición de las obras de arte, sino y principalmente al registro que éstas buscaban atrapar, entendiendo que un cuadro, una poesía o lo que fuere, tendría que tener relación con la experiencia vital de la época en la que fue concebida.
Si esto lo entendemos como un patrón, resulta interesantísimo el sinnúmero de pinturas anónimas encontradas en iglesias y catedrales, ligadas siempre a la ejemplificación modeladora del orden cristiano. O, más interesante aún, la lógica bajo la que éstas eran desarrolladas. Nos podemos hacer una idea a través de este breve fragmento extraído de una carta enviada por el Papa Gregorio Magno (h. 540-604) a un Obispo de Marsella en la que, validando su posición iconoclasta, afirmaba: “las pinturas están hechas para la instrucción de los iletrados”, y los cuadros en una iglesia no están “para ser venerados, sino sólo para educar las mentes de los ignorantes”.
Sin duda, podríamos catalogar de "fea" esta despreciabilidad con la que el clero se refería al vulgo, podríamos decir, también, que formar en base al abuso de poder y al amedrentamiento, igualmente, lo es. Sino, imagínese usté si era un espectáculo "bello" el ver, de vez en cuando, a mujeres "feas" ardiendo en medio del espanto de la muchedumbre debido a la ocurrencia de los santificados de eliminar "el mal". O vivir amenazados por los temibles "vampiros medievales" otro de los sinónimos de inadaptabilidad que generalmente era representado por el cadáver de algún campesino de vida poco ejemplar que como condena sufría una ralentización descompositiva de su miserable pellejo y debía vagar, como bien sabemos, en busca de la sangre de otros humanos para continuar sumido en sus ruinas.
Entre paréntesis, estos seres abominables - quienes, por cierto, resultaban ser bastantes más feos que los que han llegado hasta nuestros días personificados por los chicos guapos de la pantalla grande- con el tiempo llamarían la atención de otro reconocido personaje de nuestra historia, el escritor de controversial origen: William Shakespeare (1564-1616)
Revueltas más, revueltas menos. Una vez superado este desfase de aproximadamente mil años -que bien podríamos catalogar como bastante "Feo"- la movida se concentró, mayormente, en Italia, con la reaparición de los modelos antiguos que volvían a figurar, principalmente, a través de escritos literarios, históricos y filosóficos, latinos y griegos, que fueron hallados entre los siglos XIV y XV, muchos de ellos, como era de esperarse, apilados en las polvorientas bibliotecas de conventos y monasterios.
Sin embargo, de esos años de reflorecimiento hermosural es que, precisamente, datan los fantásticos y horrorosos cuadros de la segunda fase del Holandés Jeroen Anthoniszoon Van Aeken, españolizado como "El Bosco" (1450-1516) y todas las deformidades encontrables en su famoso "Jardín de las delicias", obra de tránsito entre el arte gótico y el renacimiento, fechado con posterioridad entre 1501 y 1503, o en "Una mujer vieja y grotesca" más conocida como “La duquesa fea” de Quentin Massys (1466-1530) en los detalles de la cotidianidad en la pintura flamenca: pescados descomponiéndose sobre la luz tenue de un mesón de madera, frutas y jarrones oscuros, etc. en Francois Rabelais (1494-1553) y “Los gigantes y Gargantúa y espantagruel”, en “El elogio de la locura” a cargo de Erasmo de Rotterdam (1466 1536) o en la reaparición de “La nave de los tontos” de Sebastian Brant (1457-1521) que si bien había sido publicada en 1494, es a lo largo del renacimiento que adquiere real dimensión.
Y es que era de suponer que entre tanta armonía y grandilocuencia humanista, algunos pudiesen reconocer que ciertas tendencias estéticas estuviesen a merced de quienes pagaban por ellas e intentaran dejar ciertos tipos de señales, aunque fuesen, mínimas, que se desprendieran del engranaje compositivo canónico.
Sin embargo, es en el siglo XVII que la fealdad comienza a estar más presente de un modo distinto en el lenguaje artístico, en obras como "Los borrachos" de Diego Velásquez (España 1599 –1660); “El buey desollado” o “La caza colgada” de Rembrandt (1606–1669), los santos martirizados, los viejos decrépitos o la monstruosa "Mujer barbada" de José Ribera (1591–1652). Y en el siglo XVIII con el romanticismo, en el que entró de lleno a lo monstruoso, con un Víctor Hugo que animaba lo grotesco, definiéndolo como "una cosa deforme, horrible, repelente, transportada con verdad y poesía al dominio del arte". Bajo esta lógica fue que Mary Shelley (1797- 1851) dio a luz a Frankstein, el mismo Victor Hugo (1802–1885) a Quasimodo y Bram Stoker (1847 -1912) a Drácula. De ahí que muchos coincidan que es en este siglo cuando la exaltación de las formas libres, el sentimiento sobre la razón, la fantasía y las pasiones con un aliento trágico, hayan generado un cuestionamiento profundo de lo entendido con anterioridad como "belleza".
Pero no es sino hasta la llegada de Charles Baudelaire (Francia 1821-1867) que las cosas tomaron un tono, realmente, distinto. Del lado de Satanás, este poeta "maldito" las emprendió a favor de gusanos, cadáveres y ciudades. Contra la condición humana en general y en particular contra el París de la época, al que consideraba "centro y resplandor de la tontería universal".
Alcohol y drogas se hacían parte de la vida y la obra de este autor que, públicamente, instó a hacer uso de estas sustancias con tal de encontrarse en un estado que superara la mediocridad de la realidad circundante.
Su libro "Las flores del mal" fue censurado en 1857, acusado de ultraje a la moral pública y a las buenas costumbres y reeditado en 1861, aunque sin los poemas censurados, ya que el veto sobre esta obra permaneció hasta 1949. Baudelaire, además, llevó al máximo el concepto del transeúnte que en medio de la multitud urbana sufre un constante extrañamiento que lo fuerza a estar permanentemente en un estado de desesperada melancolía. Y rescato, de paso, al particularísimo Edgar Allan Poe (Estados Unidos 1809-1849) quien dentro de su asfixiante imaginario estaba mucho más cerca del espanto que del equilibrio armonioso y sobrecogedor.
Así, las cosas comenzaron a ponerse interesantes. Como es obvio, no lograron mantenerse en la quietud en la que permanecían y llegó el quiebre: Arthur Rimbaud (1854-1891) sienta a la belleza en sus piernas y la encuentra amarga, Johann Karl Friedrich Rosenkranz (1805–1879) publica “La estética de la fealdad”, Friedrich Nietzsche (1844-1900) mata a dios, Paul Verlaine escandaliza a Francia (1844-1896)) Oscar Wilde (1854-1900) hace público y disfruta con su amante Lord Alfred Douglas. Llegan el ajenjo, el opio, los balazos, las cárceles, los mareos, el tráfico, “el arte por el arte", África, las máscaras, las máquinas, el progreso, el bullicio, las ciudades, la suciedad, las muchedumbres, la modernidad y de pronto ¡el colapso! y al decir de Arthur Danto (1924): "la vanguardia intratable".
Es entonces que comienza más que un nuevo cuestionamiento, un rechazo a la idea de "belleza". Ya no un rescate de formas clásicas adaptadas a la época, sino un alejamiento rotundo de los conceptos que se sostuvieron durante tanto tiempo. Bastante conocida es la exposición "Fauve" en el salón d¨automne en 1905, la posición de Filippo Marinetti (1876-1944) frente a la estética de la maquinaria, Luigi Russolo (1885 1947) y "El arte de los ruidos", Marcel Duchamp (1887-1968) y su urinario, la de los expresionistas y los rostros devastados por la miseria, la de los Dadaístas y la des-configuración armónica, los ultraístas y su propuesta de poesía sin figuras retóricas, "la fealdad" en Pablo Picasso (1881-1973) y Francis Bacon (1909-1992). Los surrealistas, por cierto, y la familiaridad que encontraron en las malformaciones del Bosco, en fin. Las guerras, la reconstrucción de las ciudades, las ruinas, el hambre, el miedo, etc.
Durante medio siglo el imaginario artístico cambió una y otra vez, quedando sepultado por el movimiento de turno, por el manifiesto del momento. El arte bajaba de su pedestal y sufría una transformación que terminó en un alejamiento representativo de la realidad y un aproximamiento incluso teórico hacia la fealdad, tal como lo dejó en manifiesto Theodor Adorno (1903-1969) quien consideraba que la naturaleza de “lo feo” era superior a la de “lo bello”.
Las vanguardias habían hecho su trabajo. Provocaron hasta el cansancio las definiciones, tanto de “belleza” como del arte mismo. Renovaron e innovaron. Cuestionaron la cultura burguesa. Liberaron la creación artística de las reglas con la que ésta se sobrentendía. Otorgaron validación a la fealdad y, finalmente, sucumbieron.
Para entonces, la filosofía comenzaba a involucrarse en el modo en que los artistas de la segunda mitad del siglo comenzaban a leer la realidad. Especialmente el existencialismo, que “superadas” las vanguardias y los dos conflictos bélicos mundiales, veía con cierto desencanto el sentido del hombre, su libertad y la angustia propia del existir. Albert Camus (1913-1960) lo hacía notar al plantear que “El hombre que toma consciencia del absurdo, ya no puede liberarse de él”. O Walter Kaufmann (1921-1980) que definía esta corriente como "el rechazo a pertenecer a cualquier escuela de pensamiento, el repudiar la adecuación a cualquier cuerpo de creencias, y especialmente de sistemas, más una marcada insatisfacción hacia la filosofía tradicional, por cubrirse de superficial, académica y estar alejada de la vida".
La realidad misma ya no parecía ser tan “bella”. El sólo hecho de tener en cuenta aberraciones cometidas en los campos de exterminio, daban cuenta de una naturaleza bastante separada de una condición de bondad. Todo comenzaba, entonces, a tomar un matiz sustentado en el descreimiento, incluso de los propios dogmas impuestos por las arremetidas vanguardísticas de la primera mitad del s. XX. Momento en el que el escenario cambia y de la vieja Europa salta a América y en él aparecen dos grandes artistas y alcohólicos: Jackson Pollock (1921-1956) y Whillem de Kooning (1904-1997) y, luego, para resaltar aún más la expresión abstracta que se consolidaba comenzando una nueva mitad de siglo, hace su llegada el autodidacta Mark Rothko (1903-1970) con la idea de que fuese el propio espectador quien construyera la significación de una obra.
Por entonces, todo parecía haber tocado un punto de saturación tal que no había más salida que abrazar lo elemental. Parecía que todo había sido dicho y que la obligación ante la novedad era una carga tan pesada como detestable. Las cosas se habían mezclado demasiado. La URSS, que había sido aliada de los países que derrotaron a Alemania, rápidamente se vio transformada en el "enemigo de occidente" y el mundo entero vio formarse lo que se conoció como "Guerra fría". Estados Unidos comenzó un veloz desarrollo industrial y un animado fenómeno de consumismo. Momento en el que algunos artistas deciden dejar de lado las piruetas e intentar relacionarse con los objetos de uso diario de un modo distinto. Es el caso de Jasper Johns (1930) y Robert Rauschenberg (1925-2008) amantes en quienes termina acuñándose el término “neo-dadístas”. O de los mismos integrantes del “Pop Art” y su reduccionismo formal en pro del uso de materiales procedentes de la industrialización y de la revisión de la cultura de masas. Todo esto, mientras en la literatura hacia su aparición “la generación beat”, en busca de una experimentación en términos sexuales, alucinógenos, criminales y de incursión zen.
La idea de belleza había sufrido un fuerte y certero golpe. No había musa que fuese capaz de levantarse después de una golpiza como esa. Todo el Olimpo estaba en el piso. Dando vueltas sin rumbo entre la basura de los callejones, lejos de la idea armónica de la composición artística, lejos de los grandes cantares a la naturaleza. La fealdad del hombre, y de un último siglo cargado de muerte, intentaba cubrirse con la publicidad de una prosperidad económica que, supuestamente, tarde o temprano terminaría por consolidarse. Robo, muerte, asesinato, desempleo y migraciones parecían estar presentes en la vida de una parte importante de la población, especialmente, en la de los barrios bajos de Estados Unidos. País en el que se llevaba a cabo la gran lucha contra la discriminación racial encabezada por Martin Luther King (1929-1968) y en el que a comienzo de la década del 60, nacía Jean Michel Basquiat (1960-1988) el primero de los tres hijos de Matilde Andrades, diseñadora gráfica puertorriqueña.
Se había hablado bastante, se había escrito y pintado bastante, se había pensado una y otra vez cuál era el origen y el sentido del hombre, cual era la funcionalidad del arte, la mejor manera de relacionarse con las estructuras sociales, se había vuelto a hablar de democracia y aún así parecía que, con una reflexión medianamente crítica, se hubiese podido decir con total certeza que se continuaba en el principio. Absolutamente irresueltos y con los mismos o más conflictos, aunque la apariencia estuviese siempre remitiendo a lo contrario.
No tardó, entonces, en aparecer un movimiento que vendría a sacudir, nuevamente, los cimientos ya bastante derruidos del arte. Y en 1978 (Nueva York) nace el bad painting, que cuestionaría la pintura en sí misma, a través de la utilización de métodos basados en “lo incorrecto” y en “lo feo”, que cuestionaría la idea de progreso y bienestar, las utopías de desarrollo y las bases sobre las que se sostiene la insostenibilidad de “nuestro” sistema económico.
La subcultura y el rechazo al buen gusto que caracterizaron a este movimiento también formarían parte de la personalidad y la propuesta de J.M. Basquiat, afroamericano aficionado al “Art brut”, que prefería, ante todo, la suciedad, el descuido y las herramientas propias del arte callejero para manifestar su profundo desprecio ante lo establecido.
Con referencialidades al jazz, a la cultura vudú, a escritores, a jugadores de baloncesto, a boxeadores, al trazo infantil, a Picasso, a Pollock, y obviamente a Dubuffet; este artista -convertido en la actualidad en una iconografía de mercado debido a su prematura muerte por sobredosis- debió configurar un vocabulario propio para desplegar el inconformismo que le generaba una sociedad fatua y racista. Vocabulario en el que, sin mucho esfuerzo, puede leerse una ruptura radical con la concepción de “belleza”; del mismo modo como es posible reconocer esta ruptura en Keith Haring (1958-1990) con su “post graffiti” y su activismo social, con el cual se pasaba por alto la petulancia académica y la exclusividad galerística para hablar sin tapujos de enfermedad, sexo, preservativos, jeringuillas, muerte, etc.
Ambos artistas tuvieron una vida fugaz, pero cargada de inconformismo, escándalos y “éxito”. La misma sociedad ante la que se enfrentaban, reconocía sus talentos transformándolos en productos comercializables. Paradójicamente, el hip-hop, los metros, el sida, la drogadicción, la homosexualidad, el vandalismo, los aerosoles y las plantillas, comenzaban a figurar como los temas sobre los cuales el arte centraba su atención.
De este modo, también, se popularizaba cada uno de estos temas, generando gran interés en coleccionistas capaces de pagar millonarias sumas con tal de estar en la cima de las tendencias de moda, mientras sus creadores se consumían en la viciosa soledad de sus capacidades.
El mercado y el arte pactaban, entonces, un trato que hoy en día continúa tan vigente como en aquel momento. Pacto sostenido en nombre de lo extremadamente novedoso, de lo extraño y muchas veces del aura exótica de la marginalidad, que siempre podrá acercarnos, aunque sea desde la distancia, a su condición de fealdad.
La "belleza clásica" parecía entonces haber desaparecido por completo del escenario artístico, para ser reemplazada por el kitsch, el camp o el concepto que, al decir de Warhol, estuviese viviendo los pocos minutos de fama que hubiese logrado alcanzar. Así "Lo estético", se definía en medio del sonar de las copas en cada nueva y prestigiosa galería. El maquillaje, el polvo y las luces tras bambalinas, definían el espectáculo.
Sin embargo, en el mismo país y compartiendo décadas, un grupo de escritores ligados al anticonformismo, configuraba una corriente a la que muchos han catalogado, precisamente, de ser tan sólo un slogan publicitario más y, otros, como la representación de nuestras más bellas e íntimas imperfecciones. Corriente en la que bien podría encontrar identificación gran parte de la población de cualquier ciudad del mundo o cualquiera que por más que lo desee, jamás logrará alcanzar, ni siquiera, medio minuto de la gloria prometida desde el mundo visual. Corriente cuyo principal interés es el retrato, para nada pretencioso, del desempleo, la mediocridad, el alcoholismo, la humillación, la impotencia, la rutina familiar, la imposibilidad de futuro, la falta de deseo, el auto desprecio ante la aceptación de la autoridad, la zancadilla, la autozancadilla y la insuperable insatisfacción con la que vivimos nuestro día a día en un sistema sumido en sus propios desperdicios.
Caracterizado por narraciones breves y precisas, y la falta de adverbios y adjetivos, “El realismo sucio” se sustenta en historias con finales abiertos, en las que muchas veces pareciera que no ha sucedido absolutamente nada.
Con base en el minimalismo literario este “movimiento” ha tenido como representantes a escritores que comenzaron y, la mayor parte de las veces, terminaron llevando vidas bastante similares a las de sus propios personajes, entre los que se cuentan “el mediocre” John Fante (1909-1983) de quien durante mucho tiempo se pensó que no era más que otra
de las invenciones de Charles Bukoswki, encargado de sacarlo a flote a fuerza de repetir su nombre cada vez que se creaba la ocasión. Nos deja fragmentos como: Levanté la vista. Era de día. La niebla invadía la habitación. La estufa estaba apagada. Tenía las manos entumecidas. En el dedo que se apoya el lápiz me había salido una ampolla. Me picaban los ojos. Me dolía la espalda. Apenas podía moverme a causa del frío. Pero nunca me había sentido mejor." O "-¿Tiene trabajo? -preguntó. -Soy escritor-respondí-. Espere, puedo demostrárselo. Abrí la maleta y saqué un ejemplar. -Yo lo escribí-le dije. En aquella época yo era muy impaciente, muy soberbio-. Se lo voy a regalar. Se lo dedico. Tomé la pluma del escritorio, pero estaba seca y tuve que mojarla en el tintero; moví la lengua mientras pensaba en algo simpático que ponerle. -¿Cómo se llama usted?- le pregunté. -Soy la señora Hargraves -me dijo sin el menor entusiasmo.
El alcohólico, apostador y salvaguarda Charles Bukoswki (1920-1994) despreciado por medio mundo, sobrevalorado por el jovenzuelo que recién comienza en el mundo de las putas y la masturbación y leído con cierto dejo confabulatorio por quienes, en plena conciencia de la vejez que se les monta encima, estrellan sus codos melancólicos y sonrientes sobre un mesón cualquiera, nos confesaba: Me gustan los hombres desesperados, hombres con los dientes rotos y los destinos rotos. También me gustan las mujeres viles, con las medias caídas y arrugadas y con maquillaje barato. Me encuentro bien entre los marginados, porque soy un marginado”. O escribía: “No has vivido hasta no haber estado en una pensión de mala muerte con nada mas que una lamparita y 56 hombres apretujados en catres. Con todo el mundo roncando a la vez y algunos de esos ronquidos tan profundos y tan bastos e increíbles, oscuros, carrasposos, infrahumanos, resollantes, del mismísimo infierno. Parece como si se te partiera la cabeza entre esos sonidos de muerte. Con los olores entremezclándose: Medias sucias y rígidas y calzoncillos con orines y excremento y por encima de todo eso un aire que circula lentamente muy parecido al que emana de los cubos de basura destapados. Y esos cuerpos en la oscuridad gordos y flacos y encorvados, unos sin piernas, sin brazos, otros sin cerebro y lo peor de todo: la total ausencia de esperanza que los envuelve, que los cubre todo completamente. No se puede soportar. Te levantas. Sales. Caminas por las calles. Subes y bajas aceras. Pasas edificios. Doblas la esquina y vuelves a subir la misma calle pensando que todos esos hombres fueron niños una vez. ¿Qué les pasó? y ¿Que me pasó a mí? Está oscuro y hace frío ahí fuera.
Y por supuesto, Raymond Carver (1938-1988) conocedor, mejor que nadie, del derrumbe de todo sueño, especialmente del americano, y considerado padre del realismo sucio, que en una de sus mejores poesías nos instala de lleno en la simpleza y la complejidad de su imaginario: Los que eran mejores que nosotros, vivían cómodamente en casas recién pintadas con inodoros a botón en todos los baños. Manejaban autos de modelo y marca reconocibles. Los que no tenían trabajo, estaban apenados, no les iba bien. Sus autos extraños estaban estacionados sobre cajones, ‘al fondo’ de casas polvorientas, donde se amontonaban infinidad de objetos inútiles. Los años pasan y todo y todos son reemplazados. Existen siempre, es lo que dicen, nuevas oportunidades. Pero, para decir la verdad, a mí nunca me gustó el trabajo. Mi objetivo era permanecer desocupado. Ése era mi mérito. Me gustaba la idea de sentarme en una silla, hora tras hora, frente a la casa, sin hacer nada con un sombrero sobre mi cabeza y tomando una gaseosa. ¿Qué hay de malo en eso? Fumar, escupir de vez en cuando. Tallar madera con mi cuchillo. ¿Hay daño o maldad en esto? En ocasiones salgo con mi perro a perseguir conejos. Tienes que hacerlo alguna vez. A veces levanto a un chico gordo y rubio como yo, diciéndole: ‘‘¿de dónde te conozco?’’. Nunca digas: ‘‘¿Que quieres ser cuando seas grande?
Sin duda, el nombre de autores que, directa o indirectamente, se encuentran ligados, ya sea al bad painting o al realismo sucio, es mucho mayor que los pocos nombres subjetivamente mencionados. Existe una lista que aún continua creciendo, como crece cada día el desencanto, el fracaso y el cuestionamiento ante la idea de progreso. O como suma manifestantes el interés de no dejarse arrastrar sin antes, al menos, dar señales de vida, aunque sea ejecutando desesperadamente algún inútil aleteo. Un aleteo completamente lejano a la idea de estar queriendo decir algo, por cierto. Lejano al entusiasmo de pretender romperlo todo (forma, fondo o lo que fuese). Lejano al engaño de pretender superar el tedio cotidiano. Pero, sin embargo, vital en su propio pesimismo, como si al ejecutarlo estuviésemos constatando al menos que al fondo de toda hermosura, habita realmente lo terrible.
Entonces, si luego de este breve, veloz e incompleto recorrido volviéramos al principio y nos preguntáramos, sin datos historiográficos, ni conceptualizaciones de algún tipo ¿qué es lo que comprendo como "feo" y como "bello"? seguramente no tendríamos cambio alguno en nuestras respuestas y continuaríamos prefiriendo la hermosura de Rubens a la experimentación de Archimboldo, porque es muy difícil desmarcarse de las estructuras sobre las que fuimos moldeamos.
Ejemplo de esto es la mencionada muerte de dios, que, según lo ocurrido hace un par de semanas con la visita a España de su "representante en la tierra", pareciera que, dentro de su misma inexistencia, se encuentra más vivo que nunca. Pues, al parecer, ocurriría algo similar con los cánones de belleza, ya que independiente de los ires y venires durante estos largos siglos de quehacer artístico y por más mercado, pirotecnia o intención de acercamiento, hacia el pueblo, de los conceptos propios del lenguaje creativo, para la mayoría de "las gentes" las descripciones sexuales de George Baitalle (1897-1962) o las orgías anales del Marqués de Sade (1740-1814) continuarán siendo despreciables, de mal gusto o simplemente “feas”. Esto, aunque agreguemos citas, fechas, referencias y un sinnúmero de pies de páginas para explicar que lo que se quiere representar en ellas es, necesariamente, lo que se quiere representar, o sea, una parte de nuestra naturaleza, una mirada a lo que en el fondo, también, somos. Porque aunque estemos acostumbrados a fingir en nombre, precisamente de las costumbres, hay en nosotros una horrorosidad propia, una fealdad evidente que buscamos muchas veces, de manera infructuosa, ocultar.
Si no me cree, salga a la calle y fíjese en cada uno de los transeúntes que pululan por su ciudad, luego reflexione un poco sobre usté mismo y, finalmente, pregúntese de qué lado de la balanza le tocaría estar.
"Preguntad a un sapo qué es la belleza, el ideal de lo bello, lo to kalòn . Os responderá que la belleza la encarna la hembra de su especie, con sus hermosos ojos redondos que resaltan de su pequeña cabeza, boca ancha y aplastada, vientre amarillo y dorso oscuro. Preguntad a un negro de Guinea: para él la belleza consiste en la piel negra y aceitosa, los ojos hundidos, la nariz chata. Preguntádselo al diablo: os dirá que la belleza consiste en un par de cuernos, cuatro garras y una cola".
Francois Marie Arouet “Voltaire” (1694-1778)
Juan Malebrán
Cochabamba-2011
Lo hemos hecho en sombra por amor a las artes de la carne
pero también en serio
pensando en tu visita como en un nuevo juego gozoso y doloroso;
por amor a la vida, por temor a la muerte y a la vida,
por amor a la muerte
para ti o para nadie.
Eres tu cuerpo, tómalo, haznos ver que te gusta como a nosotros este doble regalo que
te hemos hecho y que nos hemos hecho.
Cierto, tan sólo un poco del vergonzante barro original,
la angustia y el placer en un grito de impotencia.
Ni de lejos un pájaro que se abre en la belleza del huevo,
a plena luz, ligero y jubiloso, sólo un hombre:
la fiera vieja del nacimiento, vencida por las moscas, babeante y rebosante.
Pero vive y verás el monstruo que eres con benevolencia
abrir un ojo y otro así de grandes,
encasquetarse el cielo, mirarlo todo como por adentro,
preguntarle a las cosas por sus nombres
reír con lo que ríe,
llorar con lo que llora,
tiranizar a gatos y conejos.
Nada se pierde con vivir, tenemos todo el tiempo del tiempo por delante
para ser el vacío que somos en el fondo.
Y la niñez, escucha:
no hay loco más feliz que un niño cuerdo
ni acierta el sabio como un niño loco.
Todo lo que vivimos lo vivimos ya a los diez años más intesamente;
los deseos entonces se dormían los unos en los otros.
Venía el sueño a cada instante,
el sueño que restablece en todo el perfecto desorden
a rescatarte de tu cuerpo y tu alma;
allí en ese castillo movedizo eras el rey, la reina, tus secuaces, el bufón que se ríe de sí mismo,
los pájaros, las fieras melodiosos.
Para hacer el amor allí estaba tu madre
y el amor era el beso de otro mundo en la frente,
con que se reanima a los enfermos,
una lectura a media voz,
la nostalgia de nadie y nada que nos da la música.
Pero pasan los años por los años y he aquí que eres ya un adolescente.
Bajas del monte como Zaratustra a luchar por el hombre contra el hombre:
grave misión que nadie te encomienda;
en tu familia inspiras desconfianza,
hablas de Dios en un tono sarcástico, llegas a casa al otro día, muerto.
Se dice que enamoras a una vieja, te han visto dando saltos en el aire,
prolongas tus estudios con estudios de los que se resiente tu cabeza.
No hay alegría que te alegre tanto como caer de golpe en la tristeza
ni dolor que te duela tan a fondo como el placer de vivir sin objeto.
Grave edad, hay algunos que se matan porque no pueden soportar la muerte,
quienes se entregan a una causa injusta en su sed sanguinaria de justicia.
Los que más bajo caen son los grandes,
a los pequeños les perdemos el rumbo.
En el amor se traicionan todos,
el amor es el padre de sus vicios.
Si una mujer se enternece contigo le exigirás te siga hasta la tumba,
que abandone en el acto a sus parientes,
que instale en otra parte su negocio.
Pero llega el momento fatalmente en que tu juventud te da la espalda
y por primera vez su rostro inolvidable en tanto huye de ti que la persigues a salto de ojo,
inmóvil, en una silla negra.
Ha llegado el momento de hacer algo parece que te dice todo el mundo
y tu dices que sí, con la cabeza.
En plena decadencia metafísica caminas ahora con una libretita de direcciones en la mano,
impecablemente vestido,
con la modestia de un hombre joven que se abre paso en la vida,
dispuesto a todo.
El esquema que te hiciste de las cosas hace aire y se hunde en el cielo dejándolas a todas en su sitio.
De un tiempo a esta parte te mueves entre ellas como un pez en el agua.
Vives de lo que ganas, ganas lo que mereces, mereces lo que vives:
eres, por fin, un hombre entre los hombres.
Y así llegas a viejo como quien vuelve a su país de origen después de un viaje interminable corto de revivir, largo de relatar,
te espera en tí la muerte, tu esqueleto con los brazos abiertos,
pero tu la rechazas por un instante,
quieres mirarte larga y sucesivamente en el espejo que se pone opaco.
Apoyado en lejanos transeúntes vas y vienes de negro,
al trote,conversando contigo mismo a gritos, como un pájaro.
No hay tiempo que perder, eres el último de tu generación en apagar el sol y convertirte en polvo.
No hay tiempo que perder en este mundo embellecido por su fin tan próximo.
Se te ve en todas parte dando vueltas en torno a cualquier cosa como en éxtasis.
De tus salidas a la calle vuelves con los bolsillos llenos de tesoros absurdos: guijarros, florecillas.
Hasta que un día ya no puedes luchar a muerte con la muerte y te entregas a ella, a un sueño sin salida, más blanco cada vez, sonriendo, sollozando como un niño de pecho.
Nada se pierde con vivir, ensaya: aquí tienes un cuerpo a tu medida,
lo hemos hecho en la sombra por amor a las artes de la carne pero también en serio,
pensando en tu visita
para ti o para nadie.
"Ya que no bastan —pensaba— los huesos y la carne para construir un rostro, y es por eso que es infinitamente menos físico que el cuerpo: está calificado por la mirada, por el rictus de la boca, por las arrugas, por todo ese conjunto de sutiles atributos con que el alma se revela a través de la carne. Razón por la cual, en el instante mismo en que alguien muere, su cuerpo se transforma bruscamente en algo distinto, tan distinto como para que podamos decir “no parece la misma persona”, no obstante tener los mismos huesos y la misma materia que un segundo antes, un segundo antes de ese misterioso momento en que el alma se retira del cuerpo y en que éste queda tan muerto como queda una casa cuando se retiran para siempre los seres que la habitan y, sobre todo, que sufrieron y se amaron en ella. Pues no son las paredes, ni el techo, ni el piso lo que individualiza la casa sino esos seres que la viven con sus conversaciones, sus risas, con sus amores y odios; seres que impregnan la casa de algo inmaterial pero profundo, de algo tan poco material como es la sonrisa en un rostro, aunque sea mediante objetos físicos como alfombras, libros o colores. Pues los cuadros que vemos sobre las paredes, los colores con que han sido pintadas las puertas y ventanas, el diseño de las alfombras, las flores que encontramos en los cuartos, los discos y libros, aunque objetos materiales (comotambién pertenecen a la carne los labios y las cejas), son, sin embargo, manifestaciones del alma; ya que el alma no puede manifestarse a nuestros ojos materiales sino por medio de la materia, y eso es una precariedad del alma pero también una curiosa sutileza."
sobre héroes y tumbas
II
Pude sentir el olor de la masa que preparaban en el piso de abajo, luego huele a quemado y se nos sube el humo por entremedio de las tablas
En hombre tiene la espalda más ancha que yo haya visto, la camisa sudada, a cuadros y remangada hasta los codos, le fueron cortando las piernas de apoco, el pie izquierdo primero, la rodilla después. Una vez lo escuché caerse de su silla, fue un golpe seco, cerca del baño, tardó horas en levantarse, pero no dijo nada, escuché arrodillada en el piso mientras tomaba un café.
La casa siempre tuvo olor a humedad pero las paredes resistieron el último terremoto.
Nosotros huimos de la nuestra, el concreto cayó sobre las camas, ahora alguien vive ahí,
un desconocido, taparon con pintura las paredes rotas.
Hace tanto tiempo que no se oye nada en esta radio, la mantengo enchufada, pero jamás la enciendo, me gusta poner el oído cerca del cable y oír el ruido de la electricidad.
Por más que escuche música anglo, cuando camina por la ciudad y no ha comido nada, vuelve a entonar las mismas canciones de leodan que escuchaba los domingos
Nosotros no cantamos en inglés, tatareamos la música y seguimos el ritmo
Nos quedamos escuchando al tipo que intenta encontrar el equilibrio entre la espalda
y la falta de piernas
la silla cae dos veces, él no dice nada
sólo se oyen sus movimientos.
I
lo único que me guardé fue una colonia en botella plástica que ya no tiene olor
la primera vez que vine sola a Valparaíso tenia catorce años y era dieciocho de septiempre
había trabajado dos fines de semana seguidos en el ekono que quedaba cerca de la casa
y tenia la plata para una pensión y pasajes
me pasé la tarde en la plaza victoria
intenté prender un cigarro pero la lluvia lo apagó
compramos carbón y una vieja llena de artritis nos atendio a las dos, vivía sola en una casa que tenia una sola ventana, los vecinos venían de vez en cuando y en las tres piezas había ramplas de madera para moverse
había sido azafata, qué habrá sido de la vieja esa
y de tu amiga , la rosa, el hijo fue a su funeral, parece, con el tiempo mis tias dijeron que era puta
en la tarde me fui a buscar pensión, era un cuarto con las paredes pintadas color huevo, mi personal tenia solo un caset de metallica y lo puse bajo para que no me escucharan,
me despertaron temprano y pagué, fui a la playa que estaba más cerca
y compré jugo y dos panes,
en la playa no había nadie a esa hora, pero al rato el sol ya calentaba el cuerpo,
Soporté ver cuatro capítulos de Los archivos del Cardenal (TVN). La comencé a ver porque mi mamá emocionada me dijo que ella nunca pensó que mostraran tanto en la tele.
La Vicaría de Santiago es el escenario para un abogado y su hija que trabajan sacando gente de la cárcel, recolectando documentos, mandando recursos de amparo. Por otro lado está un abogado, Ramón, cuico a morir, se enamora de la niña rebelde, llega a trabajar a la Vicaría mientras le mira el escote. El último es Manuel, un militante del MIR que con una pistola cagona quiere hacer la revolución. Manuel está solo con su pistola y sus amigos que en pantalla no se ven.
Laura encuentra atractivo al abogado, y cuando su mirista novio estaba preso vio en los anteojos adinerados más en común que con este extremista que lo único que va a lograr es que lo maten.
Así contada la historia me quedo pensando en qué fue lo que sorprendió tanto a mi mamá. Este cuento está contado desde el mismo miedo y bajo el mismo ojo que ahora piensa en lo que está pasando en el Movimiento Estudiantil creyendo que ya está bueno, que se les está pasando la mano, que no vaya a quedar una cagada de proporciones.
En una escena Manuel dice a Laura que ella no tiene idea de lo que está pasando, que se están muriendo niños, que la gente vive como perros, Laura no sabe, Laura no vive en la toma de la Bandera, en la toma de la Bandera no hay niñas como la Laura, con poquito pelo y ondulado, en la toma de la Bandera no hay niños como Manuel tampoco, pero al menos Manuel se queda.
Ayer en tolerancia cero Villegas decía que el país estaba bien, que eran todos una tropa de apocalípticos, que nadie en la calle habla del movimiento estudiantil, menos todavía de la crisis del sistema. Cuando Villegas sale a la calle sale a otra calle, en la toma de la bandera no hay gente como Villegas, es cierto, ya no hay tomas en la Bandera, pero hasta donde me acuerdo, los muros todavía tiene pintados los nombre de sus muertos, no los de la dictadura, los del último clásico del colo con la chile, aunque al gerko lo mataron a dos cuadras de su casa y le quitaron las puras zapatillas.
En un pasaje cerca de la cancha de la Bandera, esa que los productores se imaginaron para montar escena, hay una animita para el gerko que se murió de dos balazos por sus zapatillas.
Villegas no va a la bandera, tampoco Laura, a Manuel lo van a matar por andar enseñando a la gente a manejar armas. La gente que está en las tomas ahora no sabe usar pistolas, los encapuchados se han equivocado varias veces tirándole peñascazos a otro encapuchado en lugar de los pacos.
Lo que pasa es que en chile la gente se alegra que le muestren algo, que haya movimiento, algo siquiera, un poco, porque a todos los Manuel los mataron y ahora los ponen en series como a chiquillos irresponsables que no tienen idea de nada, a los que se los caga su polola por giles y extremistas.
Porque este país se guardó la vergüenza de Pinochet primero, y después la vergüenza de la concerta, y ahora dice que está enojado,que por fin, pero que no se les pase la mano, que viva chile y la educación gratuita para todos, pero les sigue gustando que Laura se quede con el abogado, que es más bonito, y más razonable.
Priscilla Cajales
ttp://letras.s5.com/pc300811.html
En los barrios bravos, Luis Cornejo Gamboa
Con doscientos pesos me compré una novela de Luis Cornejo en una feria en Valparaíso hace varios años, así fue como llegué al autor de ocho publicaciones en total, entre ellas Barrio bravo (1955, El último lunes (1986), Show continuado(1987), Ir por lana (1989) y La tormenta(1991).
De Cornejo sé que fue editor independiente, luego de oficiar como albañil, actor, dramaturgo y trabajar en la producción de “El chacal de Nahueltoro”. Vendió sus libros en la plaza de armas de Santiago hasta poco antes de agravarse por un cáncer que lo alejó de su trabajo y de la calle. La última vez que visité Santiago vi a su mujer todavía vendiendo libros frente a la biblioteca nacional; entonces pienso en los cuentos de Barrio bravo, en el retrato hablado que estos textos son de un espacio que alcanza recovecos más brutales que del espacio periférico panfletario, y llega hasta los motivos centrales que mueven a la marea humana que los habita.
Barrio Bravo (1959, Autoedición) es un libro que condensa en seis cuentos la vida en los conventillos y suburbios de Santiago en los años cincuenta, el conventillo es aquí el epicentro de un espacio en donde el modo de actuar de sus personajes escapa a cualquier relación con lo externo nadie sale del barrio bravo, no hay mezcla, la muralla levantada frente a este escenario es tan alta que parece que no existe, o al menos no se ve; por tanto el otro desaparece.
Lo más interesante en Cornejo es que la violencia del que estos personajes son víctimas no se resuelve; se reproduce en la medida de su acostumbramiento, la policía no interviene en las violaciones que en la población están a la vuelta de la esquina, ni es llamada cuando “la cuatro dientes” es golpeada hasta el aborto y la muerte.
“El cuello de loza”, es un bailarín que trabaja la semana entera para financiar un fin de semana de baile, uno tras otro, termina por costarle el sueldo y el hambre, muere en escena en medio de un desmayo en los brazos de una empleada que seguramente está en su día libre del Puertas Adentro. Otro cuento notable es “El capote”, término usado para nombrar la violación de varios sujetos a una misma chica, la única estudiante del lugar levanta el deseo del barrio bravo que a ella y su novio acorralan.
Los personajes que rodean este libro aparecen y desaparecen rodeados de su patetismo, brutalidad y miseria. Son sometidos a violencia y violentan, es el instinto de supervivencia su único motor. Siempre al filo del cuchillo, del hambre y del silencio.
Es interesante pensar en la actualidad de este Cornejo, que con varios ripios en su narrativa interpela una realidad que está latiendo en el fondo de la escala evolutiva citadina de cualquier ciudad latinoamericana actual. Imposible no ligarlo con Gómez Morel y Nicomedes Guzmán.
Seguramente los argumentos estilísticos de Cornejo han pasado de moda, el efecto ha sido agotado, pero no el contenido. Un cineasta chileno espeluznante es José Luis Sepúlveda, su obra maestra “Pejesapo”, inmediatamente después de terminar de releer a los barrios Bravos de Conejo volví a ver la película y es en esta evidencia donde queda palpitando un hilo de congruencia que surge entre ambos artistas. El barrio bravo no ha dejado de existir, efectivamente quienes lo habitan no salen de él, el muro era inamovible.
Este no es un viaje arriba del auto por el borde, ni siquiera un paseo en micro, estamos frente a un saber estar y moverse en donde la bravura siempre ha consistido en mantenerse con vida, nunca a salvo.
El ciudadano, mayo 2011
Viscarra. La Paz latinoamericana
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“Nací viejo”, así de duro comienzan las memorias de Víctor Hugo Viscarra, Bolivia 1958-2006. Lo primero que me pregunto al terminar de leer este libro es desde cuántas formas podemos conocer un mismo espacio, La Paz es el lugar por donde se mueve el narrador de este conjunto de crónicas. A ratos parece ser que la escritura es el único reducto de lucidez de quien es dueño de una perspectiva única, por biográfica, desnuda de cualquier arreglo estilístico pretencioso, lleno de imágenes crudas contadas desde el frío de las fogatas nocturnas, desde las orgias inevitables en centros de detención para menores, desde el hambre más radical.